martes, 21 de agosto de 2007

Inolvidable Scholl


El recital de Andreas Scholl en el Festival Internacional de Santander tenía visos de convertirse en uno de los grandes eventos de esta edición y así fue. Protagonista del recital lírico de campanillas que todos los años se incluye en la programación y que anteriormente contó con la presencia de nombres como Freni, Behrens, Gheorghiu, Fleming, Urmana o Flórez, el contratenor alemán no sólo no decepcionó, sino que, a juzgar por la entusiasta acogida, ha regresado a su país con un considerable número de nuevos admiradores que quizá sí conocían sus fantásticas grabaciones, pero deseaban escucharle en vivo y apreciar la verdadera dimensión de su voz. Así, todos pudimos comprobar que la claridad y belleza del timbre son tales como la perfección de su emisión o, lástima, la cortedad de su aliento y escasez de volumen. Aunque los graves resultan poco audibles, su técnica es soberana y la hondura y variedad de su fraseo, excepcionales. El concierto, que giró en torno a las figuras de Senesino y Handel, dejó para el recuerdo sus interpretaciones de Cara sposa, Dove sei y Chiudetevi miei lumi y la magnífica versión del Concierto La Folía de Geminiani ofrecida por una Accademia Bizantina que, dirigida por Stefano Montanari, se mostró en plenitud.

Tosca multimedia en el FIS


El Festival Internacional de Santander completó su ciclo operistico con un curioso montaje de Tosca a cargo de Gunter Neuhold en lo musical y Hugo de Ana en lo escénico que mereció una respuesta favorable por parte del público, aunque con alguna que otra reserva hacia la puesta en escena y el elenco vocal.
El planteamiento del director argentino, ideado para los teatros líricos lombardos a partir de unos decorados y figurines de época, se basa en una proyección que se superpone permanentemente a lo que ocurre en el escenario para explicar y enmarcar la acción en un contexto más amplio y a menudo para dificultar la visión de los cantantes o exponer de manera innecesariamente cruel sus limitaciones actorales. La idea procuró momentos de gran belleza plástica, pero esa persistencia acabó resultando, al menos para quien esto escribe, algo fatigosa.
En lo musical, la labor de Neuhold frente a la Orquesta de la Ópera de Lituania y el Coro Intermezzo fue irregular: a instantes de desconcierto en que foso y escenario llevaban tiempos distintos, seguían otros de una excepcional claridad en la textura orquestal que permitían lo que a estas alturas parecía imposible: descubrir matices que ponen de manifiesto una vez más el magisterio orquestador de Puccini. El trío protagonista estuvo conformado por la buena Tosca de Annalisa Raspagliosi, que fraseó con gusto e intención y apuntó maneras que cuajarán con el tiempo, el insuficiente Cavaradossi de Valter Borin, sobrepasado por las exigencias de un personaje que requiere una voz y una técnica de más fuste, y el notable Scarpia de Alberto Gazale, que realizó una meritoria encarnación del barón, muy matizada en lo escénico pero algo escasa de cuerpo y clase en lo vocal. El resto del reparto se mostró igualmente irregular, pero sin duda dieron lo mejor de si mismos –magnífico el pastor de Xavier de la Fuente- y procuraron una buena noche de ópera al público santanderino.