El Festival Internacional de Santander completó su ciclo operistico con un curioso montaje de Tosca a cargo de Gunter Neuhold en lo musical y Hugo de Ana en lo escénico que mereció una respuesta favorable por parte del público, aunque con alguna que otra reserva hacia la puesta en escena y el elenco vocal.
El planteamiento del director argentino, ideado para los teatros líricos lombardos a partir de unos decorados y figurines de época, se basa en una proyección que se superpone permanentemente a lo que ocurre en el escenario para explicar y enmarcar la acción en un contexto más amplio y a menudo para dificultar la visión de los cantantes o exponer de manera innecesariamente cruel sus limitaciones actorales. La idea procuró momentos de gran belleza plástica, pero esa persistencia acabó resultando, al menos para quien esto escribe, algo fatigosa.
En lo musical, la labor de Neuhold frente a la Orquesta de la Ópera de Lituania y el Coro Intermezzo fue irregular: a instantes de desconcierto en que foso y escenario llevaban tiempos distintos, seguían otros de una excepcional claridad en la textura orquestal que permitían lo que a estas alturas parecía imposible: descubrir matices que ponen de manifiesto una vez más el magisterio orquestador de Puccini. El trío protagonista estuvo conformado por la buena Tosca de Annalisa Raspagliosi, que fraseó con gusto e intención y apuntó maneras que cuajarán con el tiempo, el insuficiente Cavaradossi de Valter Borin, sobrepasado por las exigencias de un personaje que requiere una voz y una técnica de más fuste, y el notable Scarpia de Alberto Gazale, que realizó una meritoria encarnación del barón, muy matizada en lo escénico pero algo escasa de cuerpo y clase en lo vocal. El resto del reparto se mostró igualmente irregular, pero sin duda dieron lo mejor de si mismos –magnífico el pastor de Xavier de la Fuente- y procuraron una buena noche de ópera al público santanderino.
El planteamiento del director argentino, ideado para los teatros líricos lombardos a partir de unos decorados y figurines de época, se basa en una proyección que se superpone permanentemente a lo que ocurre en el escenario para explicar y enmarcar la acción en un contexto más amplio y a menudo para dificultar la visión de los cantantes o exponer de manera innecesariamente cruel sus limitaciones actorales. La idea procuró momentos de gran belleza plástica, pero esa persistencia acabó resultando, al menos para quien esto escribe, algo fatigosa.
En lo musical, la labor de Neuhold frente a la Orquesta de la Ópera de Lituania y el Coro Intermezzo fue irregular: a instantes de desconcierto en que foso y escenario llevaban tiempos distintos, seguían otros de una excepcional claridad en la textura orquestal que permitían lo que a estas alturas parecía imposible: descubrir matices que ponen de manifiesto una vez más el magisterio orquestador de Puccini. El trío protagonista estuvo conformado por la buena Tosca de Annalisa Raspagliosi, que fraseó con gusto e intención y apuntó maneras que cuajarán con el tiempo, el insuficiente Cavaradossi de Valter Borin, sobrepasado por las exigencias de un personaje que requiere una voz y una técnica de más fuste, y el notable Scarpia de Alberto Gazale, que realizó una meritoria encarnación del barón, muy matizada en lo escénico pero algo escasa de cuerpo y clase en lo vocal. El resto del reparto se mostró igualmente irregular, pero sin duda dieron lo mejor de si mismos –magnífico el pastor de Xavier de la Fuente- y procuraron una buena noche de ópera al público santanderino.
1 comentario:
Me alegra que retomes la actividad por estos pagos. Aunque estoy segura de que tienes ases en la manga que te guardas. Permítete licencias en tus comentarios: esta es tu casa... Un beso.
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