domingo, 20 de mayo de 2007

Ainhoa Arteta en Torrelavega


La soprano Ainhoa Arteta se presentó en el Teatro Concha Espina de Torrelavega el pasado jueves en medio de la expectación que cabía suponer en una artista de tanta repercusión mediática y obtuvo un éxito rotundo que merece varios comentarios. El primero que viene a la mente es el que se oía en los corrillos de aficionados que se formaban al término del recital: ya era hora de que en Torrelavega se escuchara algo así-dicho sea sin desconsideración a los músicos que se han atrevido a actuar estos últimos años en lugares tan poco propicios como la iglesia de la Asunción. Y es que la cosa no era para menos, pues Ainhoa Arteta demostró que, si durante un tiempo sus apariciones en los ecos de sociedad pudieron diluir o distorsionar su verdadera dimensión artística, esa época ha quedado definitivamente atrás y lo que se presenta ante nosotros con ese nombre que es casi una marca registrada es una artista de indudable categoría que, además, atraviesa una magnífica madurez vocal.
Así se puso de manifiesto en la primera parte del recital, donde la soprano guipuzcoana se sirvió de mélodies francesas de Gounod, Bizet, Hahn y Chausson para exhibir una técnica capaz, un depurado gusto por el matiz y un sentido del fraseo que para sí quisieran muchas colegas afamadas sobre cuya talla no sobrevuelan incómodas sospechas. Las características veladuras de su voz y su emisión permanentemente cubierta procuraron efectos de rara belleza y en este sentido, lo que Arteta consiguió con su interpretación de la bizetiana Adieux de l’hôtesse arabe, cuya escritura operística le permitió dar un paso más y mostrar la variedad y amplitud de sus registros, justifica por si solo todo un recital.
En la segunda parte, nos encontramos con la Arteta más previsible, pero no por ello menos interesante, pues además de presentarnos un bonito ciclo de canciones de Miquel Ortega sobre textos de García Lorca, pudimos apreciar más detalles de madurez a la hora de abordar el Poema en forma de canciones de Turina y las Cuatro tonadillas de Granados, representadas, más que cantadas, con la gracia y naturalidad que éstas exigen.
A su lado tuvo Ainhoa Arteta a un gran acompañante, Rubén Fernández, que supo cederle el protagonismo sin desaprovechar la oportunidad de lucimiento que le brindaba el Arabesque de Debussy. El concierto, ya digo, fue un éxito para ambos, pero no sólo eso: como bromeaba la cantante entre las propinas, no se oyó ningún teléfono móvil en toda la velada, un acontecimiento que sin duda merece ser inscrito en los anales de la historia reciente de la música occidental. Queda dicho.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Enhorabuena por el retorno (el tuyo, claro). Continúa. Besos.

Darío Fernández dijo...

No había visto tu mensaje hasta ahora. Muchas gracias, Ana.